El Mito del Rey Midas y su «Toque de Oro»

Por Luis Ospino

Rey Midas
En la mitología griega, la hija del rey se convierte en una estatua dorada cuando la toca. Ilustración de Walter Crane para la edición de 1893. Crédito: dominio público.

Es común escuchar la expresión “como el Rey Midas” para referirse a personas que obtienen muchas ganancias o disfrutan de un gran éxito financiero en todos sus negocios. Sin embargo, los orígenes de esta expresión provienen de un personaje codicioso de la mitología griega que podía convertir en oro todo lo que tocaba.

Midas fue un rey de gran fortuna que gobernó la región de Frigia, en Asia Menor. El rey tenía una gran admiración por el dios griego Dioniso. Entonces, para atraer su atención, decidió capturar a su sátiro y su mano derecha, Silenus.

Para ello, Midas llenó de vino la fuente donde solía beber Silenus, y cuando cayó ebrio, lo llevó a su palacio. Una vez allí, celebró la “visita voluntaria” con una gran fiesta que duró diez días, pero Silenus, lejos de enojarse, compartió su sabiduría con el Rey.

La maldición de Midas

Después de la fiesta, Midas devolvió al sátiro sano y salvo a Dioniso; agradecido por la hospitalidad del monarca hacia su viejo amigo, decidió concederle un deseo. Midas le pidió que tuviera la capacidad de convertir todo lo que tocaba en oro.


Dionisos intentó advertirle, pero ante su insistencia, finalmente accedió. El Rey pudo comprobar que su deseo se había cumplido y comenzó a redecorar su palacio, convirtiendo en oro todos los muebles que encontró.

El problema llegó cuando quiso recuperar fuerzas, y vio cómo los manjares que intentaba comer se volvían dorados con el toque de su boca. Tratando de saciar su sed, casi se atragantó cuando el agua se convirtió en oro fundido.

Entonces, su amada hija entró en la habitación. Cuando Midas la abrazó, se convirtió en una estatua dorada. Desesperado, corrió a disculparse con Dionisio y le suplicó que le quitara el regalo que le había dado y lo devolviera a la normalidad.

Rey Midas
Midas ante Baco, cuadro del clasicista francés Poussin, que representa el momento final en el que Midas agradece a Dioniso haberle liberado del “don”. Crédito: Wikipedia / Dominio público.

Al ver su arrepentimiento, el dios accedió y explicó que Midas solo tenía que lavarse las manos en el río Pactolo. El rey obedeció de inmediato y, mientras sumergía las manos en el agua, pudo ver cómo el oro fluía de sus manos y se posaba en el fondo.

Cuando regresó a casa, todo lo que Midas había tocado una vez volvió a la normalidad. El rey abrazó a su hija con alegría y decidió compartir la gran fortuna con su pueblo.

Midas se convirtió en una mejor persona, generosa y agradecida por todos los bienes que tenía. Su pueblo llevó una vida próspera, y cuando murió, todos lloraron a su amado rey.

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